martes, 20 de julio de 2010

Prologo

Baruc se tumba sobre una roca, el molesto sudor cae y al mismo tiempo el cuerpo es capaz de sentir la sangre recorrerlo, el corazón se escucha después de una ardua jornada bajo el sol. Buscar astillas secas en una tierra árida no es difícil, encontrar la cantidad suficiente para arropar a su familia es terriblemente arduo, no ha sido un buen día, de hecho no recuerda haber tenido un buen día, otra vida más llena de invariabilidad, sin sentido y esperando que algo la termine; los ladrones lo acechan, él lo sabe, pero nada puede empeorar.

Las figuras oscuras se mueven bajo las rocas ágilmente, son invisibles, son rápidas y son la razón por la cual nadie debe salir de la aldea sin compañía. Pero algo detiene su acción, el cielo cambia, la tierra se estremece y un terror indomable invade el alma.

Más allá del horizonte una densa nube escarlata se extiende sin descanso, todo el que se encuentra con ella terminará haciendo parte de su color o de su artista, ni siquiera el sol de los venados compite con el trono que sepulta cuerpos y destaja armaduras, nadie que la conozca podrá contarlo, enmudecerá su boca y no podrá clamar por salvación, no existen límites que sacien la sed, no hay dragones más veloces, no hay murmullo que se quede en secreto. Una bestia poderosa vendrá por ellos, y solo un dios podría salvarlos, un mítico y poderoso ser a quien las leyes del universo no lo rigen y que bajo su mano orgullosa aplaste la horrible sensación de muerte de una vez por todas, pero en estos tiempos aquello como un dios no existe, se dice que los mataron a todos, el filo de las espadas derramó también su sangre.